En la antigüedad ya estaba
presente El Frogre. Incluso se aprecian sus efectos en las conductas sociales
de algunos animales, lo que indica que posiblemente su origen se remonta a
épocas incluso anteriores a ese punto de inflexión en el que el ser humano
comenzó a serlo según la convención antropológica.
El Frogre no es un virus, sino un
rasgo posiblemente derivado de otros de valor, necesarios para la supervivencia,
que, cuando se dan ciertas circunstancias se desata en toda su locura.
Es muy difícil distinguir El
Frogre de una reacción defensiva. El
Frogre es sólo una fisura invisible,
imperceptible, en uno de los estratos del conocimiento. Si se descubre,
deja de existir, se corrige, o las conclusiones que siguen a esa fisura se
cuestionan, por lo que El Frogre desaparece y pasa a ser una simple incógnita.
Quien lo sufre no lo percibe sino que se integra en su percepción de la
realidad como una evidencia, ya que su hipocentro habitualmente está en un
punto demasiado profundo.
El conocimiento, nuestra
percepción, no puede escrutarse a todos los niveles. Es una acumulación por
capas, y cuando el análisis efectuado por la razón no llega al estrato agujereado,
puede aparecer El Frogre. Si no se descubre, El Frogre actúa, y sus consecuencias
son imprevisibles.
Es difícil de detectar, porque al
buscarlo y no encontrarlo, la razón puede concluir que no está, de la misma
manera que una prospección puede no ser lo suficientemente profunda para
descubrir el problema que luego hará derrumbarse el edificio.
El Frogre se presenta como faro y
lucha contra el mal, por lo que suele utilizar como máscara el heroísmo.
El Frogre como el Hombre Masa de
Ortega y Gasset, como ruptura de la continuidad entre realidad e idea
transmitida: el emisor interpreta la realidad y la emite, sin que el receptor
analice si el nexo entre la percepción del emisor y la realidad es coherente. El
emisor puede formar, consciente o inconscientemente, una capa del conocimiento que
oculte El Frogre al receptor.
Frente a la imposibilidad de
hacer prospecciones en cada infinitesimal de la realidad, la elección de a
quién seguir es complicada. Jugarán un papel importante las influencias
iniciales, la confianza en los emisores… las ideas preconcebidas, los miedos
inducidos, las sensaciones instintivas: miedo, envidia, extrañeza (a lo ajeno,
a lo desconocido, al otro).
El Frogre como vía de instrumentalización
de la desconfianza entre personas, grupos, familias, comunidades, países, que tan
bien describe Stefan Zweig.
El Frogre tiene capacidades asombrosas. Es capaz de convertir el
desconocimiento en agresión, en negligencia: ¿eran malvados los médicos que
provocaban infecciones antes del descubrimiento de la vida microbiana? ¿es
malvado el sismólogo que días antes de un terremoto dijo que no podía pensarse
que fuese a producirse, cuando no hay método científico que permita preverlo
con precisión? Es capaz siempre de
suministrar culpables... lo suelen llamar responsabilidad política.
El Frogre es escurridizo, es una
reacción que se puede confundir con una defensa ante el mal. No lo es: El Frogre es la reacción ante algo que no
es el mal, pero que se identifica como mal a causa de un error de
interpretación de la realidad, bien sea por desconocimiento propio, bien
por negligencia, desconocimiento o manipulación de otros.
El Frogre es la cristalización
del “que paguen justos por pecadores”, sin que ni siquiera haga falta que
existan pecadores para que paguen los justos.
El Frogre se manifiesta como la ira, la indignación ante el mal, ante
el agresor, cuyo origen ni si quiera se ve, se desconoce, por lo que El Frogre
actúa y convierte en origen del mal cualquier cosa.
El Frogre es un nombre feo y
desagradable. El Frogre, supongo lo habrá adivinado, viene de facha y progre,
por ser tales nombres casos de su aparición en España. El Frogre como el ataque al mal, encarnado en el defensor de argumentos
distintos.
La única prevención posible ante
El Frogre es, sin garantía, conocer los límites del conocimiento. Tarea hercúlea.
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